De todos ellos, quizás el más desconocido sea el reino de Osdania y su pueblo: los oesdán. Su ejército tomó parte en la batalla de Kirk-balahd, y así queda constancia en los recuerdos de Aradir durante el primer capítulo:
... seguidos por el ejército oesdán: felinos y aves rapaces se abalanzaban contra el enemigo, derribando las monturas de los skirdos...
La primera aparición de los oesdán no será hasta el capítulo 32, del que hemos extraído este pequeño frafmento para su presentación:
El aire frío de la mañana que bajaba de las montañas acarició su húmedo y rojizo pelaje haciendo que una molesta sensación recorriera su largo espinazo. Su corazón latía de manera desenfrenada mientras intentaba apaciguar sus instintos más primitivos, excitados a causa del olor que empapaba la tierra que se extendía ante ellos. Un tenue rugido le advirtió que Uncia se hallaba a su lado, probablemente a no más de un par de metros de distancia; aunque su jaspeado pelaje, de un extraño tono terroso, parecía formar parte del mismo entorno, disimulando su presencia, casi a la perfección.
Un crujido seco hizo que sus largas y puntiagudas orejas, rematadas por penachos de pelo negro, se volvieran de manera instintiva hacia su costado izquierdo, poniéndole sobre aviso ante cualquier posible amenaza. No se había percatado de la tensión acumulada hasta que advirtió que el desmesurado sonido provenía de los desmañados pasos que efectuaba el aralim apoyado en su vieja vara.
Lycaón elevó la cabeza hacia el cielo atraído por un nuevo olor. Surcando la gran bóveda celeste, con sus inconfundibles alas blancas salpicadas de numerosas pinceladas de color marrón completamente extendidas, su amigo Haas lideraba un extraño e inusual escuadrón de aves de presa. Fue aquella visión, acompañada por el grave y característico graznido de Corax, lo que le advirtió que debía agazaparse y dirigir todos sus sentidos hacia el campo de batalla. Su intensa y privilegiada vista, pronto se centró en la peluda y voluminosa bestia que se deleitaba descuartizando el robusto cuerpo del guerrero humano que tenía entre sus manos.
Un segundo y más agudo graznido ―esta vez proveniente de Haas―, incitó a sus robustas patas traseras a ponerse en movimiento. Tan sólo tardó dos segundos en emprender una vertiginosa carrera, montaña abajo, hacia el campo de batalla. Pronto, la mancha terrosa en la que Uncia se había transformado le sobrepasó y, dando un salto espectacular, alcanzó la grupa de una de las monturas de los skirdos.
Lycaón no se detuvo a observar cómo el skirdo caía muerto tras el desgarrador mordisco que Uncia descargó sobre la yugular de su presa sino que continuó corriendo sin dejar de apartar la mirada de su objetivo que acababa de deshacerse del despojo en el que había convertido al humano y se preparaba para acometer a su próxima víctima.