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Forth-Varïm, aldea del reino humano de Plenia

18/11/08.

Las calles de la aldea de Forth-Varïm estaban desiertas. El sol empezaba a ocultarse tras los Picos de Khadar, y cuando al fin el astro quedara cubierto por las montañas reinaría la más absoluta oscuridad. Las pequeñas lámparas de aceite que colgaban de las paredes de las casas ya habían sido encendidas e iluminaban el lugar con una tenue luz mortecina.
El extraño viajero que cabalgaba solitario por sus calles espoleó a su montura para apresurar la marcha y poder refugiarse en algún lugar antes de que la noche se le echara encima. Vestía una pesada capa de viaje de color gris y una amplia capucha cubría parte de su rostro. El último rayo de sol desapareció tras las montañas y las sombras cayeron sobre el misterioso personaje justo en el momento en que una tosca fachada de húmeda y enmohecida piedra se alzaba ante él. El viajero levantó la cabeza para leer el letrero de madera que pendía encima de la puerta, enarcando una de sus oscuras cejas con aire dubitativo. El Boggler, rezaba la inscripción. ¿A quién podría ocurrírsele semejante nombre para una posada? Seguramente tampoco era cómoda ni ofrecía suculentos manjares para los hambrientos caminantes. Sea como fuese Aradir Ingarion estaba sediento, y tanto él como su yegua norteña necesitaban con urgencia un descanso antes de atravesar las áridas tierras de Kirk-balahd y continuar rumbo hacia Thildard.
Desmontó de un salto al tiempo que la yegua resoplaba y sacudía enérgicamente la cabeza.
―Vamos, Brisa ―susurró con voz tranquila, pegando su rostro al del animal a la vez que acariciaba sus blancas crines―, a mí tampoco me gusta este sitio, pero no podemos continuar con esta oscuridad.
Empujó con decisión la pesada puerta y ésta se deslizó ruidosa sobre sus viejos goznes. Inmediatamente una bofetada de calor y rancio olor sacudió al viajero que a punto estuvo de volver a cerrarla; pero algo en el interior llamó su atención: una confortable e inmensa chimenea. Frotó sus heladas manos, anhelando disfrutar de la reconfortante calidez del hogar, y entró en el lúgubre local. Mientras se acercaba al destartalado mostrador pudo comprobar, no sin cierta sorpresa, que a pesar del desagradable aspecto del establecimiento, éste estaba abarrotado: la alegría, el jolgorio y la buena bebida corrían a raudales entre los presentes al tiempo que sus bolsas se vaciaban.
―Bienvenido a mi humilde posada forastero ―saludó el obeso dueño de la posada mientras frotaba enérgicamente un sucio trapo contra el mostrador, intentando así eliminar la suciedad que había incrustada―. ¿En qué puedo serviros?
―¿Podría ofrecerme algo que refrescara mi reseca garganta?
―Por supuesto. Tenemos la mejor cerveza de todo el reino de Plenia.
A continuación, el tabernero giró sobre sí mismo alcanzando una enorme jarra de barro mientras el viajero retiraba la capucha que cubría su rostro dejando al descubierto los finos y angulosos rasgos de las antiguas razas del norte. El tabernero se volvió y no pudo reprimir un gesto de sorpresa al dejar caer la jarra sobre el mostrador, haciendo que parte del espumoso líquido se desparramara sobre la sucia superficie.
―Hacía tiempo que no veía ningún elfo en Forth-Varïm ―comentó el tabernero, sirviéndose para sí mismo una enorme y colmada jarra.
El viajero se desprendió de la pesada capa de viaje y la dejó caer sobre una de las mesas que había vacías. El posadero observó con desconfianza al recién llegado cuando quedó al descubierto la larga espada que cruzaba su espalda.
―¿Qué os trae por aquí? ¿Algún asunto en particular? ―preguntó el dueño de la taberna.
―Ninguno de importancia ―aseguró Aradir, dejando caer unas cuantas monedas sobre el mostrador―. Me dirigía hacia la feria de degustación que se celebra en Zanal-Varïm, pero la noche me sorprendió.
―Aquí los días son muy cortos por culpa de esas odiosas montañas ―explicó el tabernero mientras hacía desaparecer las monedas bajo sus gruesas manos con una rapidez asombrosa―. ¿Os quedaréis a dormir? ―quiso saber―. Tengo una habitación que os gustará. Es muy confortable y…
―Mi caballo necesita agua fresca y un lugar donde pasar la noche ―interrumpió el elfo dejando caer más monedas sobre el mostrador.
―No hay problema, señor. ―Su anfitrión mostró una amplia sonrisa salpicada de sucios y amarillentos dientes, y con voz grave gritó―: ¡Rianna!
―Enseguida voy ―respondió una voz femenina.
Aradir contempló detenidamente a la muchacha, mientras ésta se deshacía del abrazo de un voluminoso cliente a la vez que le asestaba una sonora bofetada en la cara. Entre el bullicioso jaleo y las risas provenientes del acompañante del agredido, la mujer se dirigió hacia ellos contoneando sus caderas. El tabernero reía observando al elfo que acariciaba su mejilla, imaginando lo doloroso que le habría resultado aquel golpe al infortunado cliente.
―Menudo carácter tiene la moza ―musitó cerca de sus picudas orejas, antes de que la muchacha se plantara frente a él con cara de mal genio.
La mujer era bastante alta e incluso podría decirse que hermosa, si pudieran distinguirse sus bellos rasgos entre tanta suciedad. Llevaba el cabello desaliñado y era de un color marrón oscuro ―aunque tampoco podría asegurarse―, y su roto vestido dejaba al descubierto gran parte de sus esbeltos y admirados muslos.
―¿Qué es lo que quieres, Bröm? ―preguntó con voz enérgica sin prestar atención al elfo.
―Quiero que lleves a los establos al caballo de nuestro gentil huésped y te asegures de que no le falte agua ni heno fresco. Luego le das una buena cepillada y...
―¡Un momento! ―protestó la mujer cruzando los brazos sobre su abultado pecho―. ¡Hace ya más de una hora que terminó mi jornada!
―Con un poco de agua bastará ―intervino Aradir con voz calmada―. Ya me encargaré yo, personalmente, de cepillarla.
La mujer se volvió al escuchar la melodiosa voz del elfo y, por primera vez, se fijó en el recién llegado. Era muy alto y delgado; su largo y oscuro cabello lo llevaba enmarañado y sujeto con una larga trenza. Sus facciones eran angulosas y casi perfectas de no ser por una fina y larga cicatriz que cruzaba su mejilla izquierda. A pesar del polvo del camino, sus ropas se veían elegantes. Tal vez llevara cosas de valor en las alforjas de su caballo.
―Está bien ―dijo volviéndose hacia su patrón―, pero esta hora extra te costará el doble.
―Muy bien ―respondió el hombretón asomando medio cuerpo por encima del mostrador para observar bien el contoneo de la muchacha mientras se alejaba―, te lo descontaré de todo lo que me has roto este mes... ―gritó.
Aradir recogió su capa de viaje, la jarra de cerveza y se encaminó hacia una mesa que había quedado libre justo al lado de la confortable chimenea. Dejó sus cosas sobre la mesa y, tomando una banqueta de madera, la colocó muy cerca de la lumbre y dejó caer sobre ella sus entumecidos huesos. Frotó con energía las manos y las acercó a las llamas con las palmas extendidas. El calor intenso del fuego vivificó, aún más si cabía, los aterradores recuerdos de la batalla de Kirk-balahd, recuerdos que aún permanecían cercanos a pesar de los años transcurridos. ¿Qué ocurriría si todo aquello volviera suceder?

Por unos breves instantes su mente viajó años atrás, hasta el aciago día en que el ejército de la Alianza esperaba impaciente frente a las temibles fuerzas del averno a que comenzara la batalla, una cruenta y sanguinaria batalla en la que el futuro de todas las razas de Hernia estaba en juego.
Un grito enorme y aterrador se escuchó en la lejanía. Aradir alzó la mirada hacia el cielo y supo que pronto daría comienzo la lucha. Los guardianes aparecieron en el horizonte con sus resplandecientes armaduras dando la señal a los arqueros elfos para liberar la primera ráfaga de flechas y proteger, de este modo, al ejército enano que se lanzaba al ataque en primer lugar. El choque contra el ejército kurgash fue brutal. Las flechas provenientes de los bogglers volaron hacia ellos y los aralim crearon una cúpula protectora con su magia para que éstas rebotaran sin herir a nadie. Los valerosos cazadores sigurd se lanzaron al ataque seguidos por el ejército oesdán: felinos y aves rapaces se abalanzaban contra el enemigo, derribando las monturas de los skirdos.
Pasaron horas de dura pelea y el cuerpo de Aradir se hallaba al borde del colapso. Hundió su larga espada sobre el peludo torso del kurgash y la negra sangre salpicó su rostro. A su lado un guardián cayó con gran estruendo levantando una enorme nube de polvo. Observó como un Paladín de Briah corría en auxilio del guardián e intentaba sanar sus heridas en medio del terrible caos; pero en seguida fue barrido por la llamarada de un horrendo dragón negro: Berhelliadath, el líder indiscutible de las fuerzas malignas aparecía al frente de sus ejércitos en el campo de batalla. Los guerreros que habían visto como la gigantesca criatura barría con su aliento al indefenso guardián y a su salvador, corrían ahora, para salvar sus vidas. Pero la bestia era letal. Dos dragones más bajaron del cielo para ayudar a su hermano con sus flamígeros rugidos.
De los pocos humanos que se habían unido a la Alianza sólo uno permaneció impasible frente a la estampa de los tres dragones: Edric Bridel, jovencísimo y valiente guerrero, tan hábil con su espada como noble de espíritu, perteneciente a uno de los ejércitos más temidos de Hernia: los Paladines de Briah. Sin inmutarse, el guerrero sostenía en alto a Netzach, la espada de Nith-Haiah, y rezaba una plegaria a su Diosa. Al instante, el paladín sufrió una transformación: aunque físicamente parecía el mismo, un espíritu nuevo surgió de su interior y, lanzando un grito de furia, se abalanzó contra el primer dragón.
Un rugido infernal surgió de la criatura cuando ésta se desplomó en el suelo. La tierra tembló y Berhelliadath se volvió para contemplar cómo su hermano caía muerto y el humano arremetía contra Kronendath. Éste hundió el mortífero acero y el dragón aulló. ¿Cómo era posible que aquella espada atravesara tan limpiamente su magnífica coraza? Sin pensarlo dos veces Berhelliadath se acercó y descargó su garra contra Edric que voló por el aire con su armadura destrozada y su cuerpo mortalmente herido hasta caer cerca del ejército élfico.
Los instantes que precedieron después fueron confusos. Ilthán, príncipe y heredero al trono de Erenssazar acudió presto en auxilio del noble guerrero y Berhelliadath se lanzó decidido a acabar con él. Hagnar, Señor del noble pueblo élfico gritó advirtiendo de la muerte a su hijo pero sin poder evitar la tragedia. Tan sólo Morarg Vorn, el viejo aralim, reaccionó ante el grito del monarca. Con una extraordinaria rapidez y un temple que sorprendió hasta al guerrero más experimentado, extrajo un pequeña vara de su túnica y, tras mover los labios en una muda plegaria, ésta se alargó de forma asombrosa convirtiéndose en un cetro que blandió a modo de arma a la vez que se interponía entre los personajes caídos y la temible bestia.
La estruendosa risa de Berhelliadath hizo que la tierra se resquebrajara bajo los pies de los presentes. Aradir se tambaleó pero mantuvo el equilibrio y observó cómo la enorme bestia se abalanzaba contra el pequeño grupo. Sin pensarlo dos veces, limpió la sangre de su rostro, corrió hacia un hermoso caballo de blancas crines y de un salto, montó sobre su grupa.
―Atádar ―gritó, y al momento sintió cómo el caballo se erguía sobre sus cuartos traseros a la vez que lanzaba un feroz relincho. En cuanto sus patas delanteras rozaron el suelo se lanzó en un veloz galope contra el dragón.
Mientras el viejo aralim invocaba un escudo de protección, Aradir extrajo de su carcaj la última flecha y la encajó en su arco apuntando hacia el dragón negro que, habiéndose percatado de sus intenciones, olvidó a sus antiguas víctimas y cargó contra él, en un intento por impedir que la flecha fuera disparada.
A escasos metros del elfo el dragón fue alcanzado por una enorme lengua de fuego que se enroscó alrededor de su cuello y detuvo su desenfrenada marcha. El caballo interrumpió su carrera y Aradir alzó la vista un instante para ver cómo el guardián tiraba con todas sus fuerzas hacia arriba obligando al dragón a estirar su cuello, dejando a la vista del elfo, la zona más delicada y débil de su cuerpo. El joven arquero no desaprovechó la oportunidad y disparó. La flecha se clavó limpiamente en la garganta del dragón.


―Disculpe caballero… ―dijo alguien a su lado, con voz grave―, ¿desea que le prepare una habitación?
―¿Cómo?
Aradir interrumpió súbitamente sus pensamientos y alzó el rostro para contemplar cómo Bröm se limpiaba las gruesas manos en un sucio mandil.
―No gracias ―le respondió―. Dormiré en los establos, con mi caballo, si a usted no le molesta…
Bröm estudió con recelo al extraño elfo mientras recogía sus cosas pero no puso ninguna objeción cuando éste dejó unas cuantas monedas más tintineando sobre la mesa.
―Podéis dormir donde más os plazca ―dijo mientras recogía el dinero, sonriendo con amplitud―, si necesitáis algo más…
―Nada ―respondió Aradir sin mirarle―. Partiremos mañana, con el alba. Buenas noches.

Con paso firme y decidido se alejó del posadero y se dirigió hacia la salida. Los clientes del descuidado local murmuraban a su paso y le lanzaban atrevidas miradas que no afectaron al fatigado viajero. Aradir abrió la puerta y la cerró tras de sí. Suspiró aliviado al poder alejarse de toda aquella chusma y agradeció a la Diosa que el tabernero no hubiera insistido más sobre su presunto viaje. Parecía un hombre bastante rudo pero en su grosero y abultado rostro creyó intuir cierto recelo al exponer la razón de su presencia tan hacia el sur. Y es que de todos era bien conocido el hecho de que a su noble raza no le interesaba en absoluto las frivolidades humanas, aunque cierto era también que aquel no era su caso pues debía reconocer, muy a su pesar, que ciertas actividades ociosas que los suyos consideraban grotescas o pecaminosas eran bien seductoras para él.
Levantó la mirada hacia el oscuro cielo para comprobar con hastío que había empezado a llover. Aquello dificultaría ampliamente su paso a través de las Khadar y retrasaría su viaje, al menos, dos días más. Sopesó por unos instantes la idea de guarecerse bajo su capa pero descartó con rapidez tal pensamiento y corrió apresurado hacia la entrada del establo situado a escasos metros de la posada.
Aradir se detuvo a la entrada del recinto para sacudirse el agua que había salpicado su indumentaria cuando su fino oído percibió un singular y armonioso sonido que surgía del interior. Con sumo cuidado abordó el umbral y contempló en silencio la escena que se desarrollaba ante él.

En los años que llevaba Rianna trabajando en la posada había cepillado muchos caballos pero jamás uno tan magnífico como aquel. Había oído hablar de los caballos que vivían al norte, cerca del territorio élfico, pero nunca había visto uno. Aquél era especialmente hermoso. Su pelaje era muy blanco y sus ojos negros la miraban como si pudieran comprenderla. Muchos decían que eran sumamente inteligentes, más veloces y resistentes que cualquier otro caballo de Hernia y magníficos compañeros en el campo de batalla.
La muchacha tarareaba una dulce melodía a la vez que cepillaba al animal con mano diestra y, de tanto en tanto, le hablaba como si ella supiera que el animal podía entenderla. Aradir cruzó los brazos sobre su pecho a la vez que recostaba su cuerpo contra la marco de la entrada y observaba el exquisito zarandeo del cuerpo de la mujer al rodear al animal mientras frotaba con gran dedicación los flancos de la potranca. De pronto, la muchacha se detuvo al topar con las refinadas alforjas de piel que pendían tentadoras de su grupa.
―No creo que encuentres nada de valor.
Sobresaltada, se volvió hacia el lugar del que provenía la voz y observó al elfo, recostado con delicadeza en el umbral. Sus cabellos se veían húmedos y la miraba con descaro. En sus brazos, cruzados sobre su regazo, descansaba su capa de viaje. El elfo se incorporó con cierta brusquedad dejando caer sus cosas al suelo asustando a la muchacha que se apartó apresurada del animal y sus codiciadas alforjas.
―No pretendía robarle ―intentó explicar la muchacha moviendo las manos y tartamudeando a causa de los nervios al ser sorprendida en un acto tan degradante como aquel―. Verá... Estaba cepillando a su bonito caballo cuando me topé con su bolsa y, claro... pensé que sería mejor quitarla… Ya sabe… para poder hacer bien mi trabajo... es un caballo precioso y...
Pero el elfo no la escuchaba.
Corrió hacia ella y Rianna retrocedió asustada pensando que iba a atacarla, pero ante su sorpresa, el elfo pasó de largo sin mirarla y de pronto se detuvo llevándose el índice de la mano derecha a sus finos labios.
―¿Oyes eso? ―preguntó Aradir casi en un susurro y sin moverse de su posición.
―¿Oír?... ¿el qué?
Aradir salió corriendo del establo y Rianna le siguió sin comprender qué era lo que estaba ocurriendo. El forastero clavó su mirada en el oscuro horizonte y un amargo rictus se dibujó en su semblante. Rianna desvió su mirada en la misma dirección deseando con todas sus fuerzas percibir lo que tan claramente parecía ver el elfo.
―¿Qué ocurre? ―insistió ella con curiosidad.
―Es él ―respondió el elfo volviéndose y clavando sus ojos en los de la muchacha―: Berhelliadath.
Y sin perder un instante, Aradir se abalanzó sobre ella, arrojándola al suelo, intentando protegerla con su propio cuerpo de la bestia negra que se arrojaba sobre ellos, rozando sus cabezas. Aradir levantó la cabeza y contempló aquella pesadilla que importunaba sus sueños. El dragón había arrancado parte de la techumbre del establo con sus garras traseras y con un poderoso batir de alas viraba su serpentino cuerpo con la visible intención de cazar una presa.
―¡Brisazul! ―gritó, con terror, el elfo.
La yegua había salido trotando del establo esquivando, por muy poco, las temibles fauces de la bestia. Mientras corría hacia su amo, el dragón remontó el vuelo, destrozando con su poderosa cola el lado este de la posada que enlazaba con las cuadras y que albergaba la mayoría de las habitaciones del establecimiento, provocando el pánico en el interior.
Aradir se puso en pie y corrió al encuentro de Brisazul sin dejar de vigilar los movimientos de la criatura que en aquellos momentos cerraba sus enormes mandíbulas sobre uno de los caballos que huía del establo. De un salto, montó sobre la yegua y, dejándose caer sobre su cuello, intentó calmarla, acariciándola con premura. Luego se irguió y sujetó con firmeza las riendas, tirando de ellas para apartar a Brisazul del peligro. Todo aquel que no había quedado sepultado bajo la pared caída de la posada, corría despavorida, sorteando al fabuloso reptil.
Pero el perverso ser tenía otras prioridades. Ya había saciado su voraz apetito con la cuadrúpeda bestia y ahora remontaba el vuelo, dejando atrás a la aterrorizada población.
Aradir sentía como su corazón latía enloquecido. Su agitada respiración y frenético pulso le advertían que debía templar su ánimo, si no quería perder el juicio. Tirando de las riendas, Aradir guió a la yegua hacia el lugar en el que había quedado la muchacha.
―¿Hacia dónde se dirige? ―le gritó―. ¿Qué hay en aquella dirección?
―Zanal… Zanal-Varïm ―respondió Rianna entre sollozos, muerta de miedo.
¡Zanal-Varïm! ¡Dioses! ¡Iba directo hacia la capital del reino! ¡Debía hacer algo inmediatamente! ¡Avisarlos de algún modo! Pero… ¿Cómo?
―¿A qué distancia está?
―A una jornada si vais por la ruta comercial ―respondió Rianna poniéndose en pie―, pero os puedo enseñar un camino, a través del paso fronterizo de Pass-Porthom que reducirá el viaje, al menos, en media jornada.
―¿Media jornada?
Aradir no se lo pensó dos veces y extendió su brazo hacia la muchacha invitándola a subir a la grupa del animal.
―Vamos, sube... No tenemos mucho tiempo.
Rianna asió con fuerza el brazo del elfo y montó tras él intentando acomodar su cuerpo entre las abultadas alforjas y el enorme espadón que pendía cruzado sobre la espalda del jinete.
―¿Qué es ese olor? ―preguntó Aradir haciendo extraños gestos con la nariz. Cuando comprobó que el olor provenía de la mujer se volvió hacia ella y le preguntó―: ¿Sabes que hueles fatal?
Ella le respondió:
―Tú también olerías así si tuvieras que dar de comer a diario a los cerdos.
Aradir se arrepintió en aquel instante de haberle dicho a la moza que le guiara así que dobló el torso hasta estar muy cerca de las orejas de Brisazul y susurró:
―¡Atádar, Brisa, Atádar!
Aradir sabía que Brisazul se apoyaría sobre sus cuartos traseros antes de arrancar en un veloz galope. Con un poco de suerte, perdería a la moza nada más salir. Así que, sujetando con fuerza las riendas del animal, se preparó para la fuerte embestida.
Pero cuando la yegua se irguió, Rianna reaccionó de manera instintiva y Aradir sintió cómo las uñas de la mujer se clavaban dolorosamente en su talle. Cuando los cascos delanteros golpearon contra el pedregoso terreno, Rianna cayó sobre la espalda de Aradir, haciendo que el montaraz se quedara sin aliento, cuando la empuñadura del arma aplastó sus cervicales.
No, era evidente que no la iba a perder con tanta facilidad.
Brisazul arrancó a correr y pronto el viento le hizo entrecerrar los ojos. Los chillidos que emitía el dragón acallaban los lamentos y gritos de histeria de los campesinos. La bestia se dirigía directamente hacia Zanal-Varïm, siguiendo la ruta comercial y destruyendo todo cuanto hallaba a su paso. Por mucho que el dragón se entretuviera a lo largo de su trayecto, Aradir sabía que llegaría a la capital no más tarde del amanecer. Apremió a su montura para que fuera lo más rápido posible y rezó para que la muchacha tuviera razón y consiguieran adelantar a la implacable bestia.
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¿A quién pretenden engañar?

17/11/08.
No quería decir nombres ni volver a poner en duda la palabra de nadie, después de la que se lió con Mundos Épicos pero es que no me puedo callar. La editorial en cuestión, que intentaba quedarse con El Paladín de la Reina, no era otra que Maikalili, de Grup Senar. Los mismos que me ofrecieron en su día co-editar y a los que dije que no. Esta supuesta editorial me propuso publicar en catalán, cediendo los derechos de la primera tirada de 100 ejemplares. Después de mucho meditar (y de sopesar las opiniones de los amigos a quienes consulté) decidí darles una oportunidad y les pedí que me enviaran copia del contrato para estudiarlo.

Cuando me dijeron que tardarían unas semanas en enviarlo porque cambiaban de director editorial... ya me dió mala espina (eso y que el hoding cultural Grup Senar se ubicara en un cuchitril que daba hasta miedo de entrar). De todos modos pensé: ¿qué puedes perder? ¿los derechos de 100 copias? ¿Qué serán 100 copias para el paladín de la reina?

La sorpresa vino cuando me enviaron el contrato. El título era: CONTRACTE D’EDICIÓ SENSE DRETS DE LLIBRE y continué leyendo... y continué alucinando.... y pensé: ¡serán cabrones! En fin, continué pensando... ¿qué puedes perder? Vamos a negociar. A las malas te dirán que no. Empecé a hacer cambios en el contrato y fueron respondiendo a todo afirmativamente hasta que les toqué el tema de las reimpresiones. Según su contrato, decían que tenían todo el derecho a hacer las reimpresiones que creyeran oportunas de cada edición. Fue aquí donde debieron pensar... ¡nos han pillao! ya que les pedí que añadieran una cláusula en la que se especificara claramente que no habrían reimpresiones de la primera edición. Además quería que especificaran que el contrato sólo era para la edición del libro en lengua catalana, dejando libres los derechos en otras lenguas.

¿Os imagináis por qué no me han contestado? Y después de todo lo que he leido por ahi, espero que no tengan la desvergüenza de hacerlo.
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Primera revisión terminada

10/11/08.
Por fin ha concluido la primera revisión.

Ha sido una ardua y laboriosa tarea; aunque muy satisfactoria, y el resultado no podría haber sido mejor. Ahora queda la tarea de volver a empezar: estudiar aquellas editoriales a quien les pueda interesar, preparar nueva carta de presentación, esta vez más extensa e incluyendo los sabios consejos de Teo Palacios y enviar nuestro trabajo con esperanzas renovadas.

Eso si, esta vez empezaré a incluir a los agentes literarios ya que, en vista de mi anterior experiencia creo que pueden convertirse en un medio importante para alcanzar nuestra meta.

La traducción al catalán continúa, pero más pausada. Siguen las negociaciones con esa editorial que está interesada en publicar el libro en catalán pero no estoy satisfecha con ellos y no me ofrecen la más mínima garantía de obtener resultados positivos. El libro acaba de ver la luz y publicarlo precipitadamente con la editorial equivocada podría tener nefastas consecuencias. Asi que continuamos trabajando, esta vez, ampliando nuestro campo de posibilidades.

Nuestra lista, esperando respuesta, quedará actualizada. En ella iremos incluyendo a las nuevas editoriales y los agentes literarios a quienes vayamos enviando el manuscrito. Para empezar con su actualización, eliminaré de la lista a Mundos Epicos, aquella editorial que prometió enviarme su informe de lectura y que lió el pitoste en este blog. Evidentemente no me lo han enviado, demostrándo con ello que no tenía por qué haber pedido disculpas. Creo que 131 días es tiempo más que suficiente para enviar un informe que, según ellos, ya estaba hecho.

Y ya sólo me queda añadir una cosa: en breve se podrá leer el primer capítulo de El Paladín de la Reina, ya corregido. Mis agradecimientos de nuevo a Susana Torres, por la gran labor realizada y la enorme paciencia que ha tenido ayudandome a mejorar el libro.
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