Hace mucho, mucho tiempo, llegó a la pacífica región de Silena, tal vez situada en la actual Libia, un temible dragón, salido de algún remoto abismo de una cercana región pantanosa...
Y fue entonces cuando vieron avanzar a un caballero desde las llanuras. El caballero iba armado y lucía en su sobreveste y escudo, de un blanco inmaculado, una gran cruz roja como emblema. El caballero se acercó hasta la princesa y le dijo llamarse Jorge de Capadocia, y ser un paladín de Cristo, encargado de difundir la palabra de Dios y listo para combatir por sus ideales. Jorge consideró que el dragón le ofrecía una gran ocasión de hacer ambas cosas y, pese a las demandas de la princesa para que se pusiera a salvo, decidió medirse con la bestia.
El dragón emergió de las profundidades del pantano, caminando pesadamente sobre sus cortas patas y agitando la cola con furia al ver que le desafiaban. Sin más dfilación, Jorge cargó contraél, tratando de alcanzar su garganta con un certero golpe de su lanza. Pero los vapores nauseabundos le sofocaban de tal modo que debía golpear a medias, lo que prolongó el feroz combate. Finalmente su lanza impactó y cesaron los alaridos de la bestia, que aún así intentaba atraparle. Conforme los vapores se disipaban, Jorge pudo ver que su lanza estaba clavada en el lomo del dragón, que agonizaba. El caballero cortó la cabeza del dragón y se la ofreció a la princesa antes de retomar su camino, buscando nuevos desafíos que le permitieran demostrar su fe.
Muchos siglos más tarde, los caballeros convirtieron a San Jorge en su santo patrón, y lo es también de Aragón, Cataluña, Inglaterra, Georgia, Grecia, Portugal y Rusia.







